Trabajo de lengua.


  Isabel no podía creer lo que leían sus ojos en ese momento. Esa carta lo cambiaba todo, no dejaba nada en su sitio. Durante las últimas semanas había sido más feliz que cualquier otra persona en el mundo. Pudo tocar el cielo de una forma única y especial, como no lo había hecho nunca nadie antes jamás. Mas esa carta tenía el poder de destrozarlo todo, llevarse su felicidad por delante, matar sus ganas de vivir, romper sus sueños en mil pedazos.
  No entraba en su cabeza que eso se lo hubiera escrito Dani, que esas palabras estuvieran escritas de su puño y letra, que fueran fruto de sus sentimientos. No entendía como las cosas pudieron cambiar tanto de un día para otro, no tenía sentido se mirara por donde se mirara.
  Dani era como su vida. Le infundía valentía, coraje, ganas de vivir, fuerza… Todo lo que era necesario en su vida provenía de él, por mucho que costara creerlo. Se complementaban mutuamente, de forma que los dos eran uno solo cuando estaban juntos. No necesitaban más que una mirada para saber lo que pensaba el otro y entenderse. Su relación era más especial y perfecta que todas juntas.
  Isabel sentía que debía de llamarlo, había palabras que no cuadraban por mucho que ella las quisiera entender. Todo lo anterior perdía su sentido si se aferraba a ellas. ¿Si él confirmaba que lo que decía ahí era cierto? ¿Si de verdad la había engañado todo ese tiempo y ella no se había dado cuenta ni por asomo? Puede que, aunque fuera así, la culpa de todo la tuviera el amor, ese sentimiento que ciega a videntes, que rompe corazones, que acaba con las ilusiones, que destruye todo lo que has construido para la persona querida, que te hace débil pero fuerte a la vez, que te mata lentamente.
  Había tomado una decisión ya, después de mucho cavilar. Iba a llamar a Dani y pedirle explicaciones, mas lo difícil sería no romper a llorar al teléfono. ¿Cómo iba a afrontar eso? No lo sabía, solo sentía que su mundo se le venía encima y ya no podía seguir en pie. Tomó una determinación: ahora se acostaría a dormir y mañana, cuando tuviera la mente un poco más despejada y las ideas más claras, lo llamaría y hablaría con él.
  A pesar de todo, lo más claro que tenía, era que las cosas no se olvidan con facilidad, y un sentimiento como ése, menos aún.
  

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